domingo, 18 de septiembre de 2011

Víctor José Maicas. Artículo






¿POR QUÉ SE NIEGAN TAN ROTUNDAMENTE
A REDISTRIUBIR LA RIQUEZA?

    Creo que ha llegado ya el momento de exigir a todos aquellos que ostentan el poder o tienen pretensión de tenerlo a corto plazo, que nos digan bien a las claras por qué se niegan en rotundo a redistribuir, aunque sea mínimamente, la riqueza.

    Más o menos, casi todos sabemos el porqué (si alguien aún tiene dudas, le recomiendo leer mi artículo publicado en Bottup.com “¿Qué significa el dinero para los ricos?”), pero al menos los que nos gobiernan deberían tener la decencia moral de no seguir engañando a la ciudadanía con esa “desinformación manipulativa” a la que nos tienen acostumbrados. Pero más que acostumbrados, lo que nos tienen es ya hartos, sí, ¡hartos!, pues no hay ninguna justificación moral posible ante esa pretensión de seguir manteniendo los paraísos fiscales y la economía especulativa (creo que no nos consideran a todos tan estúpidos como para creernos que si las grandes economías mundiales están de acuerdo en suprimir los paraísos fiscales, países como por ejemplo Singapur o las Islas Caimán nos declararían “la guerra”) ¡Ah!, por cierto, supongo que ya saben que de cada inversión en economía productiva, es decir, crear fábricas y demás, en la actualidad existen más de 200 operaciones de economía especulativa (y ya deben saber también que los especuladores no suelen pagar impuestos como el resto de ciudadanos).
    E igualmente es una indignidad y una gran falta de moral pretender que sea casi únicamente el pueblo llano con impuestos indirectos como el IVA, o con la supresión de parte del estado del bienestar, el que pague todos los desmanes que los que manejan el gran poder han provocado con su avaricia y ambición sin límites. Pero además, lo más irritante del caso es que, a pesar de esta gran crisis, a las grandes fortunas y a las grandes transacciones financieras no se les pide ni un mínimo esfuerzo, sino más bien todo lo contrario, pues a menudo sus “milagrosas” (y repugnantes, por decirlo ya sin tapujos) recetas consisten en bajar los impuestos a los más pudientes e instaurar probablemente el co-pago sanitario a ese 63% de mileuristas (y también al resto de la clase trabajadora, incluidos autónomos) que apenas pueden llegar a final de mes. Y no se quedan ahí, no, también quieren subir las tasas universitarias (como antaño, dentro de poco sólo podrá estudiar el que tenga dinero), alargar la jubilación y congelar las pensiones, así como también ligar el salario a la productividad (pero claro, no se crean que son tontos, si la empresa gana mucho dinero supongo que pondrán un tope salarial, mientras que si los beneficios no son los esperados…“a joderse y a aguantarse los de siempre”, como vulgarmente se suele decir).
    Todos sabemos que para solucionar el agujero que ha dejado la banca a nivel mundial, se ha utilizado dinero público para salvar su pellejo (un dinero que debería dedicarse a ofrecer préstamos a las pequeñas y medianas empresas, así como también a mantener el estado del bienestar). Pues bien, ahora resulta que para solucionar, por ejemplo, el déficit de las autonomías, no se les pide a los que más tienen que colaboren proporcionalmente con sus impuestos como lo hace cualquier ciudadano, sino que su “mágica solución” es, como acabo de decir, continuar con los impuestos indirectos y acabar, casi definitivamente, con el estado del bienestar. ¡Ah!, y si tienen tiempo les recomiendo que lean mi artículo también publicado en Bottup.com “¡A privatizar!”, pues ésta, la privatización, es otra de las “grandes soluciones” que algunos recomiendan para… ¡acabar de expoliar definitivamente los recursos del Estado, es decir, los recursos de todos nosotros!
    De todas formas, y como ya he dicho en alguna que otra ocasión, esa avaricia sin límites les hace caer en la ceguera, por lo que, tarde o temprano, será la gente la que ya asfixiada y sin ningún tipo de esperanza, les pida responsabilidades por su usurero y despreciable comportamiento (no hay más que dar un rápido vistazo a la historia para comprender esto). Eso sí, los cambios pueden ser dialogados, siempre y cuando reconozcan a tiempo la verdadera situación cada vez más precaria de la población, o traumáticos, cuando se producen en el momento en el cual una gran mayoría ya no tiene casi nada que perder.
    Así pues, ellos tienen la penúltima palabra, ya que el pueblo, que todavía está esperando una solución justa y dialogada, es siempre, mal que les pese, el que finalmente tiene la última palabra.



Víctor J. Maicas.
*escritor.
Desde Castellón, España.



Francisca Martínez Usero. Poesía





UNA NOTA DISCORDANTE

Yo, que soy un número en tu elenco
y que afortunadamente aún pienso,
te aseguro… ¡No me adoctrinarás!

¡TE PROHIBO, PROHIBIR!

Negrero de conciencias
de lengua viperina, que inoculas
el entontecimiento de masas,
sin antídoto que lo remedie.

Mira por dónde…no balo “alii voluptatem”.
Sino “ad libitum per me”.

¿Quién eres tú? Antiguo Leviatán
que te atreves señalar, quien vive
y quien muere, como un carnicero…
Destruyes la vida que no te pertenece.

¡Lava tus manos de sangre inocente!
¡La misma que te condena!

No me digas: Que debo pensar,
comer, estudiar, trabajar, disfrutar…vivir.
No me engañes con milongas
de bienestar caduco, arruinado por tu insidia.



¡No eres de fiar! ¡No mereces mi voto!
No soy un indignado, ni un sindicalista, ni un juez,
ni un banquero…que se deje manipular.
No estoy en las rebajas, no tengo precio.

“Soy una nota discordante,
en la sinfonía del absurdo”.

Presumo de mi rebeldía, aunque me aplastes
bajo normas estúpidas, como quien las proclama.
¡Comparsa de políticos!
No asisto a vuestra verbena.

Os observo desde esta orilla,
la del sentido común, ese, del que adolecéis
encadenando esta sociedad…
A un amargo despropósito.

Sois la defecación de un siglo, paupérrimo en el sentir.
Un insulto a la inteligencia.

¡Pobre humanidad!
No te libras de la lacra de la esclavitud.




Para todas las personas de bien…
Que afortunadamente son muchas.



F. M. Usero.
Desde Murcia, España.

Víctor José Maicas. Artículo







ZANZÍBAR, UN PARAÍSO INMERSO EN LA NECESIDAD

   
    Esta pequeña isla perteneciente a Tanzania, posiblemente sea un claro ejemplo de cómo la indiferencia de los países ricos puede marcar el destino de mucha gente a lo largo y extenso del planeta.

    Pero si les parece, y para que puedan entender mejor el título de este artículo, les describiré muy brevemente aquello que mis ojos vieron al visitar esta pequeña isla situada en el océano Índico.
    El Índico es, si cabe, mucho más bello que otros mares que he tenido ocasión de visitar, ya que sus aguas transparentes te hacen soñar en un mar de cristal mientras sus playas rebosan de una vegetación exultante, repleta de cocoteros y plantas tropicales. Sus arrecifes de coral te invitan a descubrir un mundo de ensueño, con peces de mil colores acostumbrados a la presencia humana. Desde Indonesia hasta África sus aguas son cálidas y acogedoras, pero hoy les hablaré, como les acabo de decir, de mi viaje a Zanzíbar, pues las excelencias de esta isla, pegada a las costas de Tanzania, son espectaculares pero además se puede observar en ella unos preocupantes y alarmantes contrastes.
    Sus playas de arena blanca compiten en belleza con sus verdes y frondosos bosques, al tiempo que sus gentes intentan convivir en armonía con la naturaleza, si bien esto es cada vez más complicado en nuestro mundo. Zanzíbar es la isla de las especias, y sus mercados son un regalo para los sentidos. Sus aromas te sugieren mil sensaciones, mientras tus oídos y ojos se desbordan intentando captarlo todo sin perder el más mínimo detalle. El tacto y el gusto no se quedan atrás, y son otra vez tus ojos los que te empujan hacia otro mundo por descubrir, la ciudad de piedra, su capital.
    Adentrarse en Stone Town no sólo es adentrarte en un mundo diferente, es más aún, es retroceder en el tiempo. Sus callejuelas estrechas y sus casas de piedra soportando estoicamente el evidente paso del tiempo, se entremezclan con espectaculares puertas de madera tallada y arcos árabes que trasladan al visitante a un tiempo pasado. Pareciese que sus gentes viven acorde con ese ambiente, puesto que en pleno centro de la ciudad puedes observar plazas repletas de vendedores ambulantes que te ofrecen desde frutas de todo tipo, a gallinas esperando un nuevo dueño. Pero sigues caminando, y es entonces cuando compruebas lo sobrecogedor que resulta ver los rústicos andamios hechos de cuerdas y palos, por donde los albañiles corretean como si de equilibristas se tratara. Y si te acercas hasta el puerto, puedes observar la frenética actividad de sus gentes preparando mil y un manjares sacados del mar, a la espera de algún turista ávido de nuevas sensaciones. La ciudad, de alguna forma, nos cautiva, pero detrás de todo esto se esconde la realidad, esa dura realidad de unas gentes que luchan por sobrevivir sin más anhelo que el de conseguir unas monedas que alivien la precaria situación diaria en la que viven.
    Al visitar esta pequeña y olvidada isla descubrí cómo muchos de sus habitantes subsisten sin luz eléctrica, en aldeas incrustadas en mitad de la selva, acribillados por esos mosquitos tropicales que te hacen enfermar de malaria y que, por falta de medicamentos, una parte de sus habitantes no puede sobrevivir a la misma. Según me comentaba la gente del lugar, aquéllos que disponían de más recursos económicos construían sus casas al borde de la carretera para poder tener electricidad. Comprobé entonces que tener un televisor era todo un lujo, y cómo los que lo tenían compartían con sus vecinos aquella maravilla. Se formaban grandes grupos de hombres, mujeres y niños frente al aparato, con la mirada fija en aquel prodigio de la tecnología.
    Un aldeano me indicó, y pude comprobar personalmente, que la carretera era un ir y venir de gente en busca de la luz de los coches, esa luz prodigiosa que iluminaba la noche. ¡Era todo un acontecimiento!
    Si te adentrabas en las aldeas interiores, observabas al paso de los focos del vehículo cómo la gente estaba sentada junto a sus casas, a oscuras, sin otro entretenimiento que la simple conversación u observación de aquellos extranjeros «motorizados» camino de sus lujosos hoteles. Los hoteles son como oasis en un desierto, centros de riqueza en medio de la miseria. Mi habitación tenía más metros cuadrados que tres de sus casas juntas, un televisor gigantesco que apenas encendí, y un sinfín de lámparas que hubiesen hecho las delicias de aquella pobre gente. La piscina estaba situada frente a aquel mar de coral que hechizaba los sentidos, y casi a pie de playa se encontraban aquellos guardias jurados que «nos protegían» de cualquier incursión que pudiera quebrar nuestro remanso de paz. Los vendedores ambulantes estaban ojo avizor para intentar aliviar su maltrecha economía, y entre ellos «los chicos de la playa », adolescentes y no tan adolescentes, que te ofrecían excursiones por un precio irrisorio.
    Yo sólo había visto Zanzíbar a través de aquellas revistas de viajes que te mostraban que el paraíso existía. Y no se equivocaban con respecto a su belleza natural, pero la miseria y penalidades de los habitantes de este «paraíso» son, en la mayoría de ocasiones, un tema tabú para las sociedades ricas e industrializadas del llamado primer mundo. Pero lo más llamativo del caso es que Zanzíbar, según me dijeron sus propios habitantes, es rica en recursos naturales, pero curiosamente, y al menos por lo que me comentaron, sus riquezas sólo llegan a unos cuantos, a algunos de esos dirigentes corruptos que hacen negocios espectaculares sin tener en cuenta las necesidades de los suyos.

Víctor J. Maicas
*escritor.
Desde Castellón, España.