domingo, 26 de diciembre de 2010

ISABEL OLIVER. POESÍA


MUJER DE ÉBANO

Premio CEAM de Segorbe, Castellón, año 2005


                 

La noche está propicia. Luce un rango estrellado.
Luciérnagas suspensas en un manto alejado.
Un motor, cuatro remos, veinte ojos mirando
a un horizonte nuevo: a un destino forzado.
Y, entre ellos, dos lunas y una mujer de ébano.
Viajeros de equipaje dotado de lo puesto.
Ella aprieta sus manos sobre su vientre inmenso,
y desliza suave el arpa de sus dedos.
Diez gaviotas entonan la Nana de los Vientos:

“A la nana mi niño
mi niño negro
que te mece la barca
del mundo nuevo.

No temas niño
que te guarda la fuerza
de mi cariño.

A la nana mi niño
mi niño bueno
que nacerá en España:
es mi deseo”.

Las dos lunas de su cara cabalgando el universo:
periscopios de esperanza, verdes de sol y de sueños.
¿Habrá un sitio para mí, aunque sea muy pequeño
allí, donde el horizonte alcanza a besar el cielo?
¿Qué poderosas columnas los dioses allí pusieron
que no lo dejan caer ni empujándole los vientos?
¿Habrá un lugar para él donde no le metan preso
por pedir pan, libertad, igualdad y algún respeto?

¡Sueños de azabache, negros, como las crines del miedo!




¿Habrá un oasis de paz aunque sea muy pequeño,
palmeras con leche y miel, con chocolate y pan tierno,
donde yo pueda apoyar la escalera de mi esfuerzo,
y alargar sólo la mano para dar a mi pequeño
un pedazo de igualdad, de saciedad y contento?

¡Abanico de deseos, que no pasarán de serlo!.
¡Sueños de color morado que lucirás en tu cuerpo!

El mar tejió su trampa de puntiagudo encaje.
Cantaron las sirenas en mudo regocijo.
Un pacto de arrecifes selló la madrugada
bailando con las olas el himno de Neptuno.
¡¡Mujer de ébano, leve, liviana, desvalida!!
¡Juguete del capricho del dios del elemento!.
Nadie escucha tu grito de espuma en la garganta;
ni el llanto de tu vientre, mientras te zarandea
un látigo invisible que ha pagado ya el precio
de tu último aliento a tu esperanza última....
Te acoge la mañana con un beso amarillo,
y Morfeo te mece en inútil intento.
Tus ojos se han bebido el agua del Estrecho;
los transitan atónitos el espanto y el miedo.
Ya tu cuerpo amortaja tus veinte años muertos.
Y, ya, sobre tu vientre diez gaviotas guardianas
enmudeció su acorde de caricias tempranas:
el arpa de tus dedos olvidaron su nana.






ISABEL OLIVER. POESÍA.







EL NIÑO DE BELÉN

   Primer premio Navidad 2005, Asociación literaria Alcap, Castellón.

 

                       Es diciembre en la tierra. En Belén hace frío.
No hay posada que acoja a dos desconocidos.
Sólo un pesebre, en esta noche fría,
cederá su hospedaje para María.
Se han abierto sus carnes con sufrimiento:
el fruto de su vientre ya está naciendo.
¡Bienvenido a este mundo, pequeño niño!
Has venido en diciembre. Pasarás frío.
Has nacido muy pobre. No tienes cuna.
Los brazos de tu madre ya te acurrucan
contra su pecho, niño, contra su pecho:
el palacio más grande del sentimiento.
Verás que en este mundo hay muchas guerras,
muchas desigualdades, muchas quimeras...
pero, no llores. Eso ahora son cosas de los mayores.
Cuando tú crezcas, pequeño niño,
ya te llegará el tiempo del compromiso.
Ahora sonríe. Verás, querido, que hay un mundo
distinto para los niños.
Si no tienes juguetes, hay un país,
 donde viven los sueños y puedes ir,
 subido en el trineo de la ilusión,
transportado en la magia de la imaginación.
Si cierras los ojitos y pronto duermes,
entrarás en un bosque de cascabeles.
Verás a Blanca Nieves, sus enanitos,
Peter Pan, Campanilla y a Pulgarcito.
Podrás jugar con ellos... cuando te canses
reponte en la casita de chocolate.
La alfombra voladora te llevará a Bagdad,
y en una rica cueva verás a Alí Babá.
Perseguirás alondras y mariposas
en un prado sembrado con amapolas;
su aire lleva olor a manzanilla y hierba buena.
Un cometa se enciende, y desde oriente,
vienen tres reyes magos a conocerte.
A la luz de la estrella llegan pastores
a saludarte, niño, en esta noche.
Vienen con vino, leche de cabra, queso, miel y cariño.


Una niña pastora un ramo lleva
de espliego, mejorana y madreselva.
Lo ha venido cogiendo por el camino.
Quiere hacerse tu amiga, pequeño niño.
Cantan, bailan y ríen ante una hoguera.
Ya no estás solo: todos se alegran.
¡Bien venido a este mundo, querido niño!
has llegado en diciembre. No sientas frío;
que te arropa con fuerza la Humanidad
y ha nacido una fiesta: la Navidad.
¡Chisssst, chisssst, chisssst! Callaos ya;
que el Niño de Belén dormido está .







ISABEL OLIVER. POESÍA.





CANCIONERO DE PAZ

ACCÉSIT  POEMA DE NAVIDAD. ALCAP. 2007                          


Traigo en los labios y en el pensamiento
el mensaje de paz que dicta el alma.
Meciéndolo en los brazos como a un niño
paseo ante vosotros su palabra.

No tiene pastorcillos ni pesebre.
No hay mula, bueyes, reyes ni cometa.
Ni cuenta una historia milenaria
de frío, de traslado y de pobreza.

Tiene las manos firmes, preparadas,
para asirse al calor de otras tendidas;
- lenguaje de cristal estrepitoso -
rompiendo en mil añicos cada día.

Y quiere que este día sea otro
distinto del de ayer, donde la herida,
sane su cicatriz de mundo hundido
y los grillos entonen alegrías.

Sea esta la Navidad de la palabra
donde gane el poeta su batalla.
Sea la Noche Buena del propósito.
De la intención que en cumplimiento cuaja.

Sea la Navidad de la sonrisa
para el niño: que  confiado crezca.
Para el joven: que acaricie el futuro.
Para el viejo: que un nuevo día vea.

Una canción de cuna orqueste el mundo
donde el error la solución acate.
Donde el trombón anule a los misiles
y la razón con la voluntad pacte.

Una canción entonen las culturas
donde el tambor entierre al sufrimiento.
Y el clarinete y la dulzaina firmen
un edicto de paz y entendimiento.

Hagamos del deseo una gran fiesta
donde el día a la noche sustituya.
Donde suenen violines de Vivaldi
y las palomas canten aleluyas.


Quitemos las espinas a la rosa
y que los ojos sueñen primaveras.
Que rían cantarines los arroyos.
Hagamos del amor una bandera.



Hagamos un abrazo para el mundo
con las manos unidas en cadena,
y así, todos muy juntos regalemos
una ancha sonrisa a la tristeza.

Un cuenco de comida para el hambre.
Un trozo de humildad a la soberbia.
Mucha sabiduría a la ignorancia,
y un poco de consuelo a la tragedia.

Sigamos al impulso complaciente
que un año más, nos trae por Noche Buena,
un canto de hermandad para los hombres
de buena voluntad sobre la tierra.










jueves, 23 de diciembre de 2010

Víctor José Maicas. Artículo.


´          

                  Y YO SIN SABER QUE VIVIMOS EN EL PARAISO
          
  Es curioso, pero hace poco me enteré que en cierto sentido estaba pasado de moda, pero no en cuanto a llevar una determinada marca comercial, que posiblemente también, sino en cuanto a mi forma de ver el mundo. Verán, no hace mucho asistí a una conferencia en la que se hablaba de las nuevas tendencias literarias de hoy en día y pude constatar, aunque evidentemente ya lo intuía, que los relatos que se escriben en la actualidad (evidentemente para que interesen a la mayor parte de los ciudadanos) no han de tener prácticamente ningún tipo de trasfondo demasiado comprometido o crítico. Y fue en ese instante, quizá sin yo pretenderlo, cuando mi subconsciente pensó (supongo que con bastante ironía) que probablemente aquello se debía a una maniobra de autoprotección precisamente del subconsciente para que nuestro cerebro no sufriese un repentino colapso irreversible si, además de distraerse, también debía pensar.
Así pues, en dicha conferencia pude constatar que, por lo que parece, la novela comprometida o de crítica social ya no está de moda, algo que no acababa de entender sobre todo en los tiempos en que vivimos (no sé qué opinarían, aunque me lo puedo imaginar, nombres tan ilustres en este género como Cela, Goytisolo, o el por desgracia recientemente desaparecido Miguel Delibes), por lo que a pesar de todo deduje, supongo que de forma repentina e inconsciente, que esto también podría deberse a que, aunque yo no me había enterado, muy posiblemente en la actualidad debíamos vivir en un mundo fantástico en el cual la dicha y la felicidad inundaba por completo nuestro universo. Por lo tanto, supuse que no debíamos de estar atravesando una durísima crisis económica y que todos éramos ricos, ¡qué digo ricos!, riquísimos, y también, muy bien posicionados. Probablemente, quien más o quien menos, disfrutaba de su lujoso chalet en la playa, esos precisamente que suelen salir en las revistas del corazón, y por supuesto al llegar el verano todos viajábamos alrededor del mundo descubriendo exóticos lugares que hacían que nuestros sentidos se disparasen de una forma insospechada. Además, los fines de semana llenábamos los restaurantes de lujo de nuestra ciudad siempre y cuando no nos apeteciera en ese instante volar con nuestro jet privado hasta una sugerente capital europea.
            Sí, yo no me he enterado, pero debió ser que este nuevo siglo XXI que hace ya una década estrenamos ha conseguido acabar de cuajo con las desigualdades sociales, con el hambre en el mundo y con la tiranía de la sinrazón. Al parecer, los en otrora proletarios de los países industrializados disfrutan todos en la actualidad de sus Mercedes, BMW y Ferraris mientras sus hijos se sienten agobiados al tener que decidir por cuál de las innumerables y tentadoras ofertas de trabajo se deciden finalmente. Por supuesto, ya no existen mileuristas ni políticos corruptos, y mientras los palestinos son agasajados y mimados por los israelíes, en la India ha habido tal progreso en los últimos años que el hambre y la miseria se han erradicado por completo. Por otro lado, los generosos países del primer mundo han donado gratuitamente miles y miles de medicamentos para acabar con el SIDA en África, al tiempo que todas las multinacionales han decidido, al parecer, no expoliar los tentadores recursos de los países tercermundistas. Todos, absolutamente todos, somos ricos y dichosos, de ahí que ya no exista nada que denunciar.
            Y yo, pobre de mí, sin saber que vivimos en el paraíso. 

Víctor J. Maicas
*escritor

Víctor José Maicas. Artículo.




 KENIA: MISERIA DE UN MUNDO RICO

Aterricé en el aeropuerto de Nairobi a la espera de iniciar, al día siguiente, un safari fotográfico que hacía tiempo tenía pensado realizar. Decidí entonces aprovechar el día paseando por el centro de la ciudad para así “husmear” en la forma de vivir de aquella gente, pero rápidamente fui advertido de que ni tan siquiera en el centro de la misma podían garantizar la seguridad de un turistiko cual me hizo intuir la penuria en la que debían vivir la mayor parte de sus habitantes. Me ofrecieron entonces una típica excursión por los alrededores, por lo que pude observar cómo alrededor de la urbe se situaban unos inmensos poblados de chabolas.
A media tarde, y de regreso a la ciudad, comprobé cómo a un lado y otro de la carretera oleadas de personas abandonaban el centro de la misma para dirigirse caminando hacia sus hogares de hojalata. Curiosamente charlaban y reían, quizá aliviados por el fin de la jornada laboral, ajenos casi con toda probabilidad al drama que suponía vivir en aquellas condiciones. No creo que esta gente sea conocedora de nuestra cómoda forma de vida, pues estoy convencido de que al vernos deben pensar que somos unos de esos pocos elegidos, como en su país, que tienen una forma de vida con privilegios. Pasé la noche meditando todo esto, en lo que había visto, intentando pensar que el día siguiente sería diferente; que la gente del campo viviría en mejores condiciones, ya que las grandes urbes siempre llevan consigo guetos de marginación. ¡Gran error!
El camino que debía llevarme a Masai Mara estaba plagado de aldeas más miserables que lo que había visto alrededor de Nairobi, y a diferencia de allí, éstos ni tan siquiera tenían trabajo. Observé cómo niños y mujeres caminaban por aquellos «caminos», por decir algo, llenando tinajas de agua en charcas aparentemente insalubres. Mi guía me indicó que había niños que recorrían hasta diez kilómetros descalzos para ir al colegio, lo cual pude comprobar, y que eran afortunados porque al fin les habían construido unos barracones para al menos dar las clases con un mínimo de condiciones. Recuerdo cómo en una parada que hicimos para estirar las piernas y tomar un café, un muchacho de unos veinte años se me acercó y me dijo si le podía dar un bolígrafo para su hermano pequeño, ya que conseguir material escolar era todo un lujo para ellos. Revolví de arriba abajo mi mochila sin encontrar tan valioso tesoro, a lo que el muchacho respondió con un sentido pero amable «no importa». Fue tal la decepción que vi en sus ojos, que empecé a revolver con unas ansias tremendas aquella maleta tan bien organizada que llevaba en el interior del vehículo. Al fin lo encontré, debajo del neceser, entre la ropa interior y las camisas impecablemente planchadas hasta ese momento. Era un bolígrafo de cuatro colores, esos que hicieron las delicias de mi generación en los años de colegio. Llamé su atención insistentemente con mis brazos levantados, a lo que el muchacho respondió acercándose rápidamente. Sus ojos se iluminaron de tal forma, que no dejó de darme las gracias hasta que nos marchamos. La gratitud de esta gente es tan inmensa, que un simple detalle sin importancia para nosotros se convierte en todo un motivo de satisfacción para ellos. No tienen nada, saben que nosotros lo tenemos todo, y simplemente un gesto nuestro hacia ellos, lo consideran más que suficiente para mostrarnos toda su gratitud.
Al continuar la marcha, el guía me indicó que íbamos a coger la carretera Transafricana, que era la que unía los países interiores del continente con el mar. Mis ojos no daban crédito al ver aquella «autopista» plagada de baches, ¡qué digo baches!, enormes socavones que los vehículos trataban de sortear como si de un juego se tratase. Era increíble ver cómo los coches venían en varias filas de frente, sorteando dichos «cráteres» y a cuantos vehículos se les cruzaban en sentido contrario. Todo me sorprendía, no había nada que no observase con extrañeza, como si de una «macabra» broma se tratase. Pero todo se diluyó cuando al cabo de unas horas empezamos a entrar en los dominios de la reserva.
Las llanuras del Masai Mara son posiblemente uno de los lugares más bellos de la tierra. Su naturaleza salvaje se mezcla con la vida pausada y tranquila de sus habitantes, los masai. El pueblo masai sigue viviendo básicamente como hace cientos de años. Siguen sus costumbres, sus tradiciones tanto culturales como económicas. Su economía se basa en la ganadería y no conocen fronteras, ya que según me indicaron se mueven tranquilamente entre los territorios keniatas del Mara y los tanzanos del Serengeti, sin ningún tipo de trámite burocrático. Visité sus aldeas, evidentemente humildes, pero no vi en ningún momento indicios de desnutrición en sus niños ni ropajes harapientos en sus mayores. Tienen una vida digna, muy similar a la de sus antepasados, pero totalmente diferente a todas aquellas personas que había dejado atrás hasta llegar allí.
Fue entonces cuando comprendí que alguna responsabilidad tenían nuestros ricos países en todo esto. ¿Qué hubiese pasado si les hubiésemos dejado en paz? Posiblemente vivirían austeramente, no lo niego, pero estoy convencido de que no hubiesen llegado al nivel de miseria y hambruna al que les hemos abocado. Los masai siguen viviendo dignamente, como supongo que hubiese hecho el resto del país. Pero entonces, ¿por qué a los masai se les ha consentido? Sin duda, pienso que no es por nuestra benevolencia, sino porque la conservación de esas tierras en las que viven supone una importante inyección económica para los mandatarios gubernamentales, además de un lugar donde expandirse la «gente bien» del primer mundo. Son, por decirlo de alguna forma, como esos parques naturales que protegemos en nuestros países ante la especulación urbanística y que nos sirven para tranquilizar nuestras conciencias y hacer alguna escapada de vez en cuando. Así pues, gracias a Dios o a quien le corresponda, los masai han tenido la suerte que el resto de sus conciudadanos no han tenido, esos precisamente que frente a tanta miseria deciden dejar a sus seres queridos y arriesgar sus vidas para llegar a nuestro mundo, ese mundo de ensueño en el que todo es posible al observar nuestra forma de vida. ¡Pero claro, nuestro mundo es para nosotros!, no sea cosa que a estos «desarrapados» se les ocurra venir a enturbiar nuestro bien merecido paraíso económico: «Que vengan si nos hacen falta, y luego que se vuelvan a marchar», son típicos comentarios al respecto que puedes escuchar en la tertulia de cualquier bar, en cualquier ciudad del primer mundo.
Po lo tanto, y en resumidas cuentas, puedo decir que en aquel viaje comprendí que había un nexo de unión entre nuestro mundo y el de ellos, la miseria, la suya en su forma diaria de vida, y la nuestra instalada en nuestros corazones. Unos corazones fríos y miserables como sociedad, ajenos a todo aquello que suponga perder algo de calidad de vida. Estamos cegados por el consumismo y el aparente bienestar, intentando convencernos de que nosotros no somos en absoluto responsables de las miserias de otros. La mayoría de los turistas vienen y se van quedándose sólo con la grandiosidad de sus paisajes, intentando recluirse en sus «hoteles-búnker» y cerrando los ojos por si camino al aeropuerto contemplan algo que sus sensibles corazones y estómagos no puedan digerir bien. Habrá quien piense en «nuestro mundo de bienestar» que nuestra sociedad no tiene ninguna responsabilidad con esta gente, pero aquella experiencia en Kenia me hizo pensar que posiblemente la industrialización del siglo XX sólo ha hecho que las diferencias entre el primer y el tercer mundo se hayan acrecentado por la explotación incontrolada por parte de los primeros, de los recursos naturales de estos países.

Víctor J. Maicas
*escritor

Víctor José Maicas. Artículo.





¿QUEREMOS QUE SE NOS TENGA EN CUENTA O SER SIMPLES COMPARSAS?


               No sé muy bien el porqué, o más bien sí lo sé pero ya lo deducirán ustedes a lo largo de este artículo, hace unos días me vino a la mente una de las célebres frases pronunciadas por John F. Kennedy en la década de los 60. Más que una simple frase, era una excelente pregunta que nos adentraba en el mundo del pensamiento y, posiblemente, en el oscuro laberinto de nuestra propia autocrítica personal. El presidente de aquella nación pedía claramente el concurso de los ciudadanos en la vida pública, en el compromiso hacia su propio país, retándoles a no preguntarse tan sólo lo que la nación haría por ellos, sino que iba más allá, incitándoles a preguntarse qué es lo que  ellos estarían dispuestos a hacer por ella. Sí, era una pregunta con trampa, una pregunta que iba más allá de una simple respuesta, ya que ponía a cada cual en el dilema de ofrecer de una forma altruista su esfuerzo en beneficio de la colectividad.
Quizá dicho así, sin desmenuzarlo, pueda parecer que dar algo a cambio de nada no entre en los planes de progreso de la gran mayoría pero, si lo analizamos bien, un beneficio colectivo siempre redundará, a la fuerza, en nuestro propio y particular interés, salvo que  formemos parte de ese pequeño reducto de gente adinerada y con poder que domina el gran entramado macroeconómico de esta sociedad en la que vivimos. Cuántas veces hemos oído, sin prestarle la atención que se merece, esa frase que dice “la unión hace la fuerza”. Por lógica, puesto que la historia se ha encargado de demostrarlo en innumerables ocasiones, esto es así, pero… ¿en cuántas ocasiones hemos sido capaces de aplicar este pensamiento a nuestro propio comportamiento?
                Posiblemente uno de los grandes males de la sociedad actual sea exigir sin dar nada a cambio, o lo que es lo mismo, centrarnos únicamente en nuestro propio individualismo, puro y duro. Hablando en términos generales, ya no tenemos una conciencia social de unidad quizá porque nos estamos retando continuamente con todos aquellos que están a nuestro lado, pues simplemente nos preocupa destacar frente a los demás ya sea teniendo una mejor casa, un mejor coche, o unos hijos más inteligentes que los de nuestros vecinos. No hay tregua, pues si nuestro vecino se va de vacaciones a Francia, nosotros nos debemos ir aún más lejos, aunque para ello dejemos temblando nuestra delicada cuenta corriente. No hay límite a nuestro propio narcisismo, y así, después de quedarnos hipotecados de por vida al conseguir una vivienda más lujosa que nuestros semejantes, aún debemos demostrar con nuestra ropa de marca que seguimos estando un peldaño más arriba que todos aquellos que nos suelen rodear. Y con toda esta vorágine consumista que nos invade desde hace varias décadas y no nos da un minuto de relajación, ¿creen que una gran mayoría de los ciudadanos que forman nuestra sociedad van a saturar sus mentes con bonitas frases de concordia y solidaridad? No, no hay tiempo para los demás, o lo que es peor, probablemente muchos no quieran tenerlo.
 Pero eso sí, si se trata simplemente de aparentar tener un buen talante, que hasta la fecha eso es gratis y no supone ningún esfuerzo extra, todos clamarán a los cuatro vientos que quieren la paz en el mundo (aunque no exijan a nuestros ricos Estados que no vendan armas para no crear más tensión en los países en conflicto), que están en contra del hambre y el SIDA que azota terriblemente a los países tercermundistas, (aunque sean incapaces de exigir a nuestros dirigentes al menos ese raquítico 0’7 % para los países subdesarrollados), que repudian la xenofobia (a pesar de que echen pestes cuando observan a tantos inmigrantes en nuestras calles), y un largo etcétera que sería incapaz de reproducir en unas cuantas líneas.
 Quizá deberíamos de una vez por todas dejar la hipocresía a un lado, y también, esa gran capacidad para tranquilizar la propia conciencia con mil y una excusas, y preguntarnos, esta vez de verdad, si no es cierto que el exacerbado individualismo nos ha llevado, como sociedad, a un callejón sin salida. Esta gran crisis que nos afecta no es una casualidad, ni algo que se haya producido de forma espontánea, sino que es el resultado de nuestra propia desidia, de nuestro propio pasotismo colectivo con respecto a quienes han copado durante décadas el poder macroeconómico. Vivimos en una sociedad consumista que nos hace olvidarnos que nosotros, de forma individual, nunca llegaremos a poder defendernos de las posibles corruptelas de quienes nos gobiernan, ya sean de un signo político u otro. Ya no existe una unión ciudadana, una cierta conciencia de clase, por decirlo de alguna forma, pues desde las cúpulas de poder se ha tratado de individualizar al ciudadano de tal forma, que eso de que la unión hace la fuerza es más una simple frase, que una forma eficaz de conseguir nuestros derechos como integrantes de una comunidad. Y ellos lo saben, los que manejan los hilos del poder macroeconómico lo saben, de ahí que sepan perfectamente que sus intereses, de momento, siguen muy a salvo, pues si no somos capaces como personas de preocuparnos por todos aquellos que conviven a nuestro lado, ¿cómo vamos a sentir verdadero pesar por alguien que vive a miles de kilómetros de nosotros y no puede comer, vestirse o tener un futuro digno?
                Así es, esa gran maquinaria de poder que nos incita a competir entre nosotros y a consumir sin control, lo ha conseguido. Somos, y siempre hablando en términos generales como lo he hecho a lo largo de este artículo, seres hipotecados de por vida y, sin embargo, son muchos los que creen que por tener un pequeño negocio son ya distinguidos empresarios. Además, por vivir en un adosado se imaginan que son grandes propietarios, e incluso piensan que por tener un buen coche los demás los han de mirar con admiración, olvidándose por completo de que han vendido su alma al diablo hasta el final de sus días.
Pero posiblemente, y si algún día nos quitamos la venda de los ojos, los que están arriba manejando los hilos del gran poder se fijen de verdad en nosotros por temor a perder sus privilegios frente a esa gran masa que siempre ha hecho, sobre todo en tiempos difíciles, de la unidad y la solidaridad su gran arma. Es evidente que hoy por hoy esto es una auténtica utopía, pero si quizá en algún momento reaccionamos, es posible que el día de mañana ya no lo sea, como en tantas y tantas ocasiones ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad.
                         VÍCTOR J. MAICAS
                          *escritor
                          http://victorjmaicas.blogspot.com/

jueves, 16 de diciembre de 2010

Isabel Oliver. Artículo.


CARTA A LA MUJER MALTRATADA

Publicada el 25 - 11 – 2009 en el periódico Levante.
Leída ese mismo día en el Ayuntamiento de Segorbe en el transcurso del VI  acto contra la violencia de género.


         A ti, mujer africana, oriental, occidental. A ti, que pusiste tus  sueños de felicidad en unas manos  que te acariciaran, y dibujaron moratones en tu cuerpo. A ti, que creíste que la igualdad era posible y sigues caminando dos pasos detrás de él anulando tu ser con su alargada sombra. A ti, que fuiste cambiada por dinero o por camellos. A ti, que buscas escapar de tu condición de sometida  y recibes la muerte como escarmiento a tu insolencia. A ti, que ya no puedes oírme porque encuentras la paz que jamás tuviste, bajo un vestido de tierra putrefacto. A ti, mujer maltratada, te quiero preguntar:

         ¿Por qué de repente decidiste decirle basta cuando volvía borracho tras gastarse la mitad del sueldo el día de paga? Si tú ya estabas acostumbrada a salir a echar unas horas como asistenta doméstica para llegar a fin de mes.
¿Por qué te negaste a satisfacerle sexualmente soportando su olor a sudor y pestilente aliento? Si ya era la enésima vez que pasaba y sabías que después quedaría dormido y  al otro día sería el hombre “normal” de siempre? ¿Por qué cuando supiste que frecuentaba a otras mujeres no cerraste los ojos y continuaste siendo la esposa sumisa y consentidora, si al fin y al cabo, tú eras la legitima. ¿Por qué no permitiste que pegara a tus hijos? Si sabes que cuando niña a ti te han pegado como una forma recomendada de educación.. ¿Por qué pensaste que quizá la felicidad existía y buscaste el refugio de otros brazos? Si tú le perteneces de por vida por derecho de matrimonio. ¿Por qué poco a poco fuiste increpándole su conducta desordenada hasta desatar su ira y provocar las magulladuras con que su puño tatuó tu cuerpo?
¿Es que no aprendiste nada de tus ancestros? Tú, mujer, ¿acaso no sabes que en muchos países  no tienes derecho a ser tratada como adulta, y que has de estar de por vida tutelada por tu padre primero, y después por tu marido? ¿Que a pesar de haber sido ratificada por tu país, la   Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación  a la Mujer, aprobada   desde hace veintitrés años por la ONU, el año pasado se negó a positivizarla, es decir, a darle trámite legal que culmine en tu efectivo amparo por parte de la justicia?
¿No sabes que hay libros que indican cómo pegarte sin dejarte marcas?
 
          ¿Acaso aquí, en España, no estuvieron tu madre y tu abuela  educadas en la doctrina imperante del nacional catolicismo, que exigía la devoción al hombre como medida educacional de la futura esposa?
¿No sabes que has nacido para ser barro en sus manos? Él tiene la potestad de modelarte. Él, la persona incapaz de madurar y responder democráticamente ante una situación de igualdad contigo, no puede aceptar  que tú tienes razón cuando reclamas tu espacio. Le resulta muy cómoda la intimidad del hogar para perpetrar impunemente el alevoso delito del maltrato.
        
         No has aguantado más. Le has gritado, y hoy estás muerta. Has querido poner fin a tu desesperante situación, y hoy estás muerta. Has querido echarle fuera de tu vida, y hoy estás muerta. Has querido recobrar tu dignidad, y hoy estás muerta. A pesar de que en muchos países tienes reconocida la igualdad con él, hoy estás muerta.
        
         Ya que tú no puedes hacerlo,  he  querido  llevar tu angustiosa voz, hoy, día 25, Día de la Mujer Maltratada, y sumarme así al homenaje que  se te brinda en todo el mundo, para que simbólicamente ganes la batalla a tu asesino y  seas restituida ante él en los derechos de dignidad e igualdad que jamás te reconoció.
A este fin muchos poetas valencianos te han escrito un poema que habla de lo importante que fue tu lucha íntima por demostrarte a ti misma que no eras una nulidad, que tenías dignidad, que el equivocado era él por sustituir el diálogo por la violencia;  y así quieren mostrar el rechazo social hacia tu maltratador. Esta tarde se leerán en el salón de los Alcaldes, en el Ayuntamiento de Segorbe.   También el Alcalde  y algunos concejales, junto con diversas personalidades de la Cultura y la Información van a leer cada uno un artículo de la Constitución Española  para recordar que las leyes fueron hechas para amparar y proteger, y para castigar con todo rigor a quien te dio muerte. Hasta el Presidente del Gobierno D. José Luís Rodríguez Zapatero  ha mandado una carta de apoyo a tu causa.


         Yo quisiera que fuese comprendido el mensaje que pretendo llevar en tu nombre, de proyecto común entre Cultura  Política y Medios de comunicación, por encima de los intereses de partido. Yo quisiera que se comprendiera que tu muerte  reclama todos los esfuerzos de todos los campos  en un solo grito, para cambiar el modo de pensar de buena parte de la sociedad que todavía practica la herencia del  absolutismo doméstico, desde que la Democracia le desposeyera de ese derecho.

         Por eso hoy, en tu nombre, agradezco la ayuda recibida por parte de todas las personas e instituciones que han unido su esfuerzo al del Ateneo Republicano Blasco Ibáñez para crear conciencia social y evitar  que  sigas recibiendo malos tratos, y sobre todo, que  sigas muriendo.



Isabel Oliver
Presidenta del Ateneo  Blasco Ibáñez