jueves, 23 de diciembre de 2010

Víctor José Maicas. Artículo.





¿QUEREMOS QUE SE NOS TENGA EN CUENTA O SER SIMPLES COMPARSAS?


               No sé muy bien el porqué, o más bien sí lo sé pero ya lo deducirán ustedes a lo largo de este artículo, hace unos días me vino a la mente una de las célebres frases pronunciadas por John F. Kennedy en la década de los 60. Más que una simple frase, era una excelente pregunta que nos adentraba en el mundo del pensamiento y, posiblemente, en el oscuro laberinto de nuestra propia autocrítica personal. El presidente de aquella nación pedía claramente el concurso de los ciudadanos en la vida pública, en el compromiso hacia su propio país, retándoles a no preguntarse tan sólo lo que la nación haría por ellos, sino que iba más allá, incitándoles a preguntarse qué es lo que  ellos estarían dispuestos a hacer por ella. Sí, era una pregunta con trampa, una pregunta que iba más allá de una simple respuesta, ya que ponía a cada cual en el dilema de ofrecer de una forma altruista su esfuerzo en beneficio de la colectividad.
Quizá dicho así, sin desmenuzarlo, pueda parecer que dar algo a cambio de nada no entre en los planes de progreso de la gran mayoría pero, si lo analizamos bien, un beneficio colectivo siempre redundará, a la fuerza, en nuestro propio y particular interés, salvo que  formemos parte de ese pequeño reducto de gente adinerada y con poder que domina el gran entramado macroeconómico de esta sociedad en la que vivimos. Cuántas veces hemos oído, sin prestarle la atención que se merece, esa frase que dice “la unión hace la fuerza”. Por lógica, puesto que la historia se ha encargado de demostrarlo en innumerables ocasiones, esto es así, pero… ¿en cuántas ocasiones hemos sido capaces de aplicar este pensamiento a nuestro propio comportamiento?
                Posiblemente uno de los grandes males de la sociedad actual sea exigir sin dar nada a cambio, o lo que es lo mismo, centrarnos únicamente en nuestro propio individualismo, puro y duro. Hablando en términos generales, ya no tenemos una conciencia social de unidad quizá porque nos estamos retando continuamente con todos aquellos que están a nuestro lado, pues simplemente nos preocupa destacar frente a los demás ya sea teniendo una mejor casa, un mejor coche, o unos hijos más inteligentes que los de nuestros vecinos. No hay tregua, pues si nuestro vecino se va de vacaciones a Francia, nosotros nos debemos ir aún más lejos, aunque para ello dejemos temblando nuestra delicada cuenta corriente. No hay límite a nuestro propio narcisismo, y así, después de quedarnos hipotecados de por vida al conseguir una vivienda más lujosa que nuestros semejantes, aún debemos demostrar con nuestra ropa de marca que seguimos estando un peldaño más arriba que todos aquellos que nos suelen rodear. Y con toda esta vorágine consumista que nos invade desde hace varias décadas y no nos da un minuto de relajación, ¿creen que una gran mayoría de los ciudadanos que forman nuestra sociedad van a saturar sus mentes con bonitas frases de concordia y solidaridad? No, no hay tiempo para los demás, o lo que es peor, probablemente muchos no quieran tenerlo.
 Pero eso sí, si se trata simplemente de aparentar tener un buen talante, que hasta la fecha eso es gratis y no supone ningún esfuerzo extra, todos clamarán a los cuatro vientos que quieren la paz en el mundo (aunque no exijan a nuestros ricos Estados que no vendan armas para no crear más tensión en los países en conflicto), que están en contra del hambre y el SIDA que azota terriblemente a los países tercermundistas, (aunque sean incapaces de exigir a nuestros dirigentes al menos ese raquítico 0’7 % para los países subdesarrollados), que repudian la xenofobia (a pesar de que echen pestes cuando observan a tantos inmigrantes en nuestras calles), y un largo etcétera que sería incapaz de reproducir en unas cuantas líneas.
 Quizá deberíamos de una vez por todas dejar la hipocresía a un lado, y también, esa gran capacidad para tranquilizar la propia conciencia con mil y una excusas, y preguntarnos, esta vez de verdad, si no es cierto que el exacerbado individualismo nos ha llevado, como sociedad, a un callejón sin salida. Esta gran crisis que nos afecta no es una casualidad, ni algo que se haya producido de forma espontánea, sino que es el resultado de nuestra propia desidia, de nuestro propio pasotismo colectivo con respecto a quienes han copado durante décadas el poder macroeconómico. Vivimos en una sociedad consumista que nos hace olvidarnos que nosotros, de forma individual, nunca llegaremos a poder defendernos de las posibles corruptelas de quienes nos gobiernan, ya sean de un signo político u otro. Ya no existe una unión ciudadana, una cierta conciencia de clase, por decirlo de alguna forma, pues desde las cúpulas de poder se ha tratado de individualizar al ciudadano de tal forma, que eso de que la unión hace la fuerza es más una simple frase, que una forma eficaz de conseguir nuestros derechos como integrantes de una comunidad. Y ellos lo saben, los que manejan los hilos del poder macroeconómico lo saben, de ahí que sepan perfectamente que sus intereses, de momento, siguen muy a salvo, pues si no somos capaces como personas de preocuparnos por todos aquellos que conviven a nuestro lado, ¿cómo vamos a sentir verdadero pesar por alguien que vive a miles de kilómetros de nosotros y no puede comer, vestirse o tener un futuro digno?
                Así es, esa gran maquinaria de poder que nos incita a competir entre nosotros y a consumir sin control, lo ha conseguido. Somos, y siempre hablando en términos generales como lo he hecho a lo largo de este artículo, seres hipotecados de por vida y, sin embargo, son muchos los que creen que por tener un pequeño negocio son ya distinguidos empresarios. Además, por vivir en un adosado se imaginan que son grandes propietarios, e incluso piensan que por tener un buen coche los demás los han de mirar con admiración, olvidándose por completo de que han vendido su alma al diablo hasta el final de sus días.
Pero posiblemente, y si algún día nos quitamos la venda de los ojos, los que están arriba manejando los hilos del gran poder se fijen de verdad en nosotros por temor a perder sus privilegios frente a esa gran masa que siempre ha hecho, sobre todo en tiempos difíciles, de la unidad y la solidaridad su gran arma. Es evidente que hoy por hoy esto es una auténtica utopía, pero si quizá en algún momento reaccionamos, es posible que el día de mañana ya no lo sea, como en tantas y tantas ocasiones ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad.
                         VÍCTOR J. MAICAS
                          *escritor
                          http://victorjmaicas.blogspot.com/

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