Un día juraste amarme eternamente
y tu amor de hiel fue el infierno.
Poseo en mi cuerpo tantas heridas,
horas de insomnio y lágrimas,
que no caben en todos los embalses de este planeta.
Me hiciste “caminar” como perra,
ronronear como gata, llorar como cocodrilo,
y esparcirme como la arena arrastrada por el huracán.
Si es cierto el mandamiento sacro de
“Amar a quien te golpea”,
puedo asegurarte que mi amor fue ilimitado.
Me robaste la adolescente sonrisa de la vida
hasta convertirla en la huella inútil que la luz deserta.
Enlodaste mi piel y mi mejor optimismo.
Me ofreciste un cáliz rebosante de soledad eterna
y te fuiste dejando, burla suprema, una fecha vacía.
Contémplame bien, soy ese árbol que agoniza impotente
ofreciendo su sombra con inútil ternura de quimera.
Soy la muerta más muerta de la tierra.
Pero no es la memoria quien fenece.
Me he ganado el derecho a recordar
el amor que un día sentí por ti.
Me he ganado el derecho a que figures
en los altares del horror consciente.
Por eso, he abierto un proceso a tu recuerdo
y en pleno uso de mis facultades mentales,
te declaro culpable, sin apelación.
Desde Valencia. España