sábado, 14 de mayo de 2011

Enrique Arias Vega. Artículo



UN PAÍS DE GOLFOS

    Nuestro propio Gobierno reconoce que en España hay una economía sumergida de, al menos, el 16% del PIB.
    Con semejante porcentaje de actividad productiva sin control ni fiscalidad alguna, todos los datos oficiales resultan meras conjeturas o piadosas aproximaciones a la realidad. Por ejemplo, las cifras de paro: solo conque la mitad de esas tareas sumergidas las realicen aparentes desempleados, el paro de este país no debe superar el 12%. Así se explicaría el que no se haya producido un estruendoso estallido social.
    A partir de ahí, la picaresca y la golfería colectiva están servidas.
¿Cuántos de esos falsos parados perciben a la vez un salario y el subsidio de desempleo? ¿Cuántos impuestos nos ahorraríamos si no abundase la pregunta "con IVA o sin IVA" al contratar las famosas "chapuzas"?
    Todavía es frecuente el que un taxista se ofrezca a dar recibos por importe superior al de la carrera realizada. O que un médico de la Seguridad Social extienda recetas que sabe van a ser revendidas.
    Con esa permisividad del fraude, no podemos escandalizarnos luego de las falsas peonadas del PER, de ayudas de la PAC desviadas hacia consumos privados, de ERES que benefician a amiguetes sin relación alguna con la empresa afectada, de informes falsificados por inútiles asesores de instituciones públicas, etc., etc.
    Nadie parece librarse de esta epidemia. Hace años, los progres elogiaban al juez Estevill por atreverse a encarcelar a empresarios corruptos. Luego se quedaron mudos al saber que más corrupto era él, que los encerraba para hacerles chantaje.
    ¿Y por qué no existen leyes que fomenten la transparencia económica y castiguen cualquier corruptela?
Me temo que una pregunta tan sencilla tiene muy fácil respuesta: porque los legisladores, o sea, los políticos, participan como el que más en tales prácticas. Desde el asunto Filesa, hace 20 años, hasta los recientes casos Gürtel, Pretoria o Palau de la Música, los partidos políticos han sido los primeros en financiarse con tales prácticas: sobrecostes en obras públicas, comisiones, condonaciones de deudas, etc., etc.
    Lo que sucede es que, en época de vacas gordas, el abundante dinero generado de forma heterodoxa y embolsado de manera irregular contentaba a todos los trapisondistas que participaban en la cadena. Ahora, en cambio, cuando la pasta no llega para todos, muchos de ellos se sienten agraviados.
    Pero, tanto entonces como ahora, lo que sí queda claro es que éste sigue siendo un país de golfos y de pícaros.


Enrique Arias Vega.

Desde Valencia, España.


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