VARIOS PORQUÉS DEL CONFORMISMO CIUDADANO.
Quizá las primeras respuestas las encontremos en el tipo de sociedad que nos han tratado de inculcar desde las grandes cúpulas de poder.
Pienso que de la misma forma que sensibilizar a la ciudadanía en la defensa de los Derechos Humanos es una labor lenta y costosa, construir una sociedad apática y sin valores tampoco es una cosa que se consigue de la noche a la mañana, de ahí que durante años algunos hayan estado “reeducando” a la población para conseguir su ansiada “contra-sensibilización”.
Así pues, es mucha la gente que últimamente me pregunta por qué hemos llegado a esta situación social y económica tan lamentable y, a la vez, por qué la ciudadanía en general no ha reaccionado para así no haber llegado a la precariedad que vivimos en la actualidad. Pues bien, si me lo permiten, dicha contestación se podría resumir en este breve artículo, quizá algo irónico pero creo que con mucho fundamento, que escribí hace algo más de un año:
ARTÍCULO: “Vender el alma al diablo”.
Tengo un amigo que me preguntaba, tras un breve razonamiento, por qué nuestra sociedad sigue tan alarmantemente apática si los acontecimientos, de alguna forma, nos invitan constantemente a rebelarnos contra muchas de las cosas que están sucediendo desde hace bastante tiempo. El razonamiento al que él me hacía referencia consistía en exponerme una serie de realidades tan latentes como pueden ser que a pesar de que por desgracia vivimos en un país en donde la gran mayoría son mileuristas, sin embargo la mayor parte de esta sociedad que evidentemente no va en absoluto sobrada ha apostado por el individualismo puro y duro, abocándose en los últimos años a un consumismo sin control en el que ya apenas suelen afectar los problemas ajenos y, menos aún, las guerras o las terribles penalidades y miseria extrema por las que están pasando infinidad de países a lo largo y extenso de este mundo, un mundo precisamente que agoniza debido, sobre todo, a ese cambio climático al cual el ser humano está contribuyendo de una forma totalmente negligente y descabellada. Su exposición fue algo más extensa, pero a grandes rasgos, era ésta la base de su argumento para finalmente hacerme la pregunta clave: ¿por qué el conjunto de la sociedad no reacciona y se replantea ese desequilibrado y a menudo insolidario sistema de vida?
La verdad es que sentí, de algún modo, que ya antes alguien me había formulado tal pregunta justo después de haberme hecho el mismo razonamiento previo. Sí, pensé de inmediato, no eran imaginaciones mías, puesto que había sido yo mismo el que desde hacía bastante tiempo me estaba haciendo tal pregunta después de observar, incrédulamente, el comportamiento apático y desinteresado que ha mostrado nuestra sociedad desde hace varios años. Y quizá por ese motivo, por ya haber buscado un porqué a dicha pregunta, mi respuesta no se hizo esperar.
Verás, le dije, es posible que esté equivocado, pero en el fondo creo que hemos caído, como sociedad, en nuestra propia trampa. Después de estos años de bonanza económica en los cuales todo parecía fácil y sin excesivas complicaciones, muchos han llegado a creer que por ellos mismos y sin la ayuda de nadie, siempre serían capaces de afrontar cualquier tipo de complicación a nivel individual. Se llegó a un punto en el cual ya casi nadie se conformaba con tener simplemente una buena casa o un buen coche, sino que dichas pertenencias debían ser mejores que las de sus vecinos. Todos querían más, y más, y más, y desde todas las instancias se les incitaba al consumismo sin control. Si el sentido común aconsejaba ser cauto y no pretender sobrepasar las limitaciones de uno mismo, desde la misma sociedad se incitaba al ciudadano a que nadie se pusiera límites, y prueba de ello es que según parece hasta los bancos ofrecían hipotecas sin tener en cuenta un mínimo lógico de garantías. La cuestión era ofrecer y ofrecer, y cuantos más clientes existiesen en sus listados, mejor que mejor. En pocos años, prácticamente todo el mundo quedó hipotecado, pero no por unos años, sino de por vida, y cuando muchos se quisieron dar cuenta, ya no había marcha atrás, puesto que acababan de vender su alma al diablo. De repente se dieron cuenta que existía una cosa llamada euribor que era real, y no ficticia, y que cuando por los vaivenes del mercado este subía, ellos ya no debían trabajar 8 horas, que son aquellas por las que nuestros padres lucharon para así conseguir a las futuras generaciones una mejor calidad de vida para de esa forma tener más tiempo de ocio, sino que ahora se veían obligados a trabajar 10, 12 ó 14 horas para poder llegar a fin de mes y así pagar todas las deudas contraídas. Y en la actualidad, la gente que todavía tiene el privilegio de no haber perdido su empleo llega a casa tan cansada y agobiada que lo único que desea es no pensar en nada, simplemente quiere relajarse y, como acabo de decir, “no pensar”. Y tras atravesar la puerta del ansiado hogar y refugiarse en la comodidad de su sofá, de repente el individuo descubre que en “la caja tonta” alguien ha tenido la gran idea de hacer programas a su medida, precisamente esos que para disfrutar de ellos no hace falta pensar: gran hermano, el tomate, corazón corazón, salsa rosa, y un sinfín de programas de esta índole. Pero aún así, puede llegar un momento en el cual el propio subconsciente se rebele y le incite a uno a preguntarse el porqué de su ajetreada pero a la vez insulsa vida, y es ahí donde de nuevo las grandes cabezas pensantes demuestran a la sociedad que no han dejado cabos sueltos: fútbol, así es, aquellos que han comprado tu alma han creado algo para que descargues tu ira y rabia contenida acordándote, sin remilgos, de la señora madre del árbitro de turno. Y es sólo entonces cuando se tiende a despotricar, a maldecir y a sacar del cuerpo toda la rabia contenida a lo largo de esa dura jornada laboral en donde apenas se ha tenido tiempo para pensar. Y las gentes se van a la cama en cierto modo relajadas y con la sensación de que le han dado su merecido al destino, pero sin darle más vueltas al asunto ya que han de descansar pues al día siguiente tienen un nuevo y ajetreado día en el cual han de trabajar unas 12 horas, han de ver la tele basura y se han de acordar, para así descargar sus iras, de la madre de un tipo que se pasea en pantalón corto por el televisor y que no hace más que darle a un exasperante silbato.
Cuando acabé de dar la respuesta que me pedía mi amigo, los dos nos miramos y reímos al unísono sabiendo que quizá había exagerado un poco pero que, a fin de cuentas, no todo lo que le había dicho eran exageraciones, pues en realidad, una gran parte de hombres y mujeres van a trabajar sin descanso durante toda la vida que les queda para así poder pagar esos intereses que “Don Diablo” les demanda por no haber pensado en su día si valía la pena o no, venderle definitivamente su alma. Eso, claro está, contando que uno sea todavía uno de esos privilegiados que no ha perdido su trabajo ni su casa por culpa, directa o indirectamente, “de los de siempre”.
Bien, pues una vez leído este artículo, ustedes mismos dirán si he exagerado mucho o poco en mi respuesta.
Víctor J. Maicas.
*escritor
Desde Castellón. España.
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