sábado, 23 de abril de 2011

Víctor José Maicas. Artículo



EL CARIBE, Y LA ESCANDALOSA MEZCLA DE LUJO TURÍSTICO Y PRECARIEDAD SOCIAL.

    Si los mandatarios del llamado primer mundo consienten las desigualdades sociales en sus propios Estados, imagínense lo que serán capaces de consentir fuera de sus fronteras.

    En uno de mis artículos anteriores les hablaba del contraste social existente en una ciudad tan carismática a nivel mundial como es Nueva York. Bien, pues si los grandes mandatarios mundiales, al menos por lo que parece, no se ruborizan lo más mínimo al ver que eso puede suceder en las entrañas de su propio mundo, imagínense lo preocupados que deben de estar por lo que está sucediendo en otros mundos, en otros lugares en donde la opinión pública no tiene, en cierto modo, tanta repercusión para ellos. Pero les dejo ya con mi visión de ese “paraíso artificial” al que últimamente suelen acudir muchas personas pertenecientes a las clases medias del llamado primer mundo pensando que “el sistema” funciona bastante bien (o al menos eso quieren creer).
    El Caribe es un mar cálido, como muchos otros que he podido visitar, pero en cambio éste lleva tatuado en su historia todas aquellas andanzas de piratas y bucaneros que despertaron mi imaginación con apenas diez años. Sí, el Caribe es el mar de los sueños, de los paraísos perdidos que se venden al precio de dos por uno en las agencias de viajes de cualquier ciudad europea. Ese mar en el que los sueños deben hacerse realidad, y en el que su indiscutible belleza natural se ha de fundir con la felicidad de los que allí viven. Quizá sea esto lo que nos quieran vender, sabiendo de antemano que sus paisajes no nos defraudarán y dando por hecho que el interés del turista hacia sus gentes no irá más allá de un simple comentario con el camarero que nos sirve los daiquiris.    
    Pero la realidad, como siempre, es otra. De todas formas, intentaré también hablar aunque sea brevemente de todo lo bello, de sus increíbles playas atestadas de cocoteros, de sus ciudades coloniales llenas de vida y del carácter abierto y alegre de sus gentes, a pesar de todas las penurias por las que han de pasar.
    He tenido la oportunidad de visitar varias veces aquel mar, engullendo sus sabores tropicales y deleitándome con sus colores. Sus playas de arena blanca se mezclan con sus aguas color turquesa, y la frondosidad y exotismo de sus árboles y plantas te hacen pensar que el paraíso realmente existe, al menos en lo que a la naturaleza se refiere. Las casas pintadas con los colores del arco iris te transmiten una informalidad y alegría dignas de un edén. Desde la República Dominicana hasta México, pasando por Jamaica y un sinfín de islas, sus paisajes te hipnotizan de tal forma que pensar en el mundo real parece un imposible. Sus ciudades coloniales te trasladan a tiempos pasados, con fuertes y fortalezas que rememoran viejas batallas de corsarios y soldados con casaca. Santo Domingo, San Juan y un sinfín de lugares te recuerdan su intenso pasado, pero sobre todas ellas, La Habana, esa ciudad que te transmite mil sensaciones y que, de una forma u otra, nunca te pasa inadvertida.
    La Habana, como decía, es un conglomerado de sensaciones y, por qué no decirlo, de preocupantes contrastes. La bella y remozada arquitectura de su casco antiguo, La Habana vieja, contrasta con la precariedad y aparente abandono del resto de la ciudad. Es sobrecogedor adentrarte por sus largas avenidas y calles en las que tus ojos afirmarían que por allí ha pasado un huracán o un tornado, ya que la dignidad de los edificios ha sido tan dañada, que su aspecto se parece al de un moribundo esperando la extrema unción.       Tampoco te dejan de sorprender esos vehículos anclados en los años cincuenta que conviven con la modernidad de los teléfonos móviles. Pero La Habana es mucho más que eso, incluso más que su famoso Floridita o La Bodeguita del Medio, tan anunciados para deleite de turistas y curiosos. La Habana son sus gentes, la vida intensa que ves en sus calles, la alegría de un grupo de muchachos y muchachas bailando al son de la música de un viejo radiocasete y, por qué no, la inagotable sonrisa y esperanza que observas en sus rostros.
        Pero evidentemente, y como decía al principio de este escrito, no todo es tan maravilloso, pues la zona del Caribe, como la mayor parte de Centroamérica y Sudamérica, han tenido que sufrir constantemente el azote de su «vecino del norte», los siempre presentes Estados Unidos que, de una u otra forma, siempre han intentado controlar la economía y el devenir de estos países sin tener casi nunca presente la precariedad en la que viven y han vivido la mayor parte de sus habitantes. Un control, evidentemente, consentido por la mayoría de los países pertenecientes al llamado primer mundo.
    Por cierto, para comprobar lo que indico en este último párrafo para así no dar la sensación de subjetividad, tan sólo hay que consultar la historia reciente de estos países durante los últimos cien años, ya que no es ningún secreto y existe mucha documentación imparcial al respecto que, sin duda, no cabría en este artículo.


Víctor J. Maicas.
*escritor
Desde Castellón. España.

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