ESCANDINAVIA: NATURALEZA Y BIENESTAR.
Es difícil encontrar en cualquier otro lugar del mundo una armonía entre naturaleza y bienestar como el que se produce en estos países del norte de Europa. Un lugar en donde la solidaridad está presente tanto entre los individuos que allí viven, como la relación de éstos con su entorno natural.
Por desgracia durante este principio del siglo XXI en lugar de imitar a estos países, la mayoría de los dirigentes mundiales se están dedicando a liquidar lo que todavía nos queda del Estado del Bienestar y, lamentablemente, siguen también sin adoptar medidas eficaces para conservar la naturaleza.
Recortes sociales en infinidad de países y desastres nucleares como por ejemplo el de Japón, siguen ocupando las portadas de los medios mientras que, ni por asomo, se les ocurre a nuestros dirigentes tomar medidas contundentes contra la emisión de gases contaminantes o hacer desaparecer definitivamente los paraísos fiscales, así como otras medidas como podría ser aplicar eficazmente un impuesto a las transacciones financieras para de esa forma intentar no tener que desmantelar lo poco que nos queda de ese Estado del Bienestar
Así pues, en esta ocasión les hablaré brevemente de lo que pude observar en estos países escandinavos a través de un mar diferente, de un mar sobrio y frío que sólo ofrece su cara más amable en los dos meses escasos en que dura su verano. Sí, estoy hablando del mar Báltico, cuyas aguas bañan, entre otras, las costas de Suecia, Noruega y Dinamarca. Las visité precisamente en esa época, en esa estación en la que la noche se confunde con el día, y en la que el sol se empeña día tras día en mostrar sus virtudes en detrimento de una oscuridad que apenas se deja entrever. Los paisajes son espectaculares y sus inmensos bosques verdes son acariciados por infinidad de riachuelos originados por el deshielo, iniciado unos meses atrás. Cada ladera de montaña deja caer sus lágrimas hacia un río que no lo es, puesto que los fiordos son parte de un mar que hace millones de años decidió adentrarse hacia el interior de aquellas tierras para, posiblemente, descubrir así su inmensa belleza. La naturaleza, sin lugar a dudas, se muestra en toda su plenitud en esta parte del planeta.
Los frutos de sus árboles se mezclan con el aroma de sus flores, y atentos a todo esto se encuentran ellos, los glaciares, esas inmensas formaciones de hielo permanente que advierten a sus vecinos que aprovechen el tiempo, ya que su benevolencia no será eterna. El estallido de la época estival es todo un acontecimiento por estos lares, ya que el resto del año significa la eterna espera «de lo esperado». Se vive, se siente y se sueña de una forma diferente durante esos dos mágicos meses que todo lo envuelven de luz y calor, pues por lo que me comentaba la gente del lugar, el invierno es una época de recogimiento, de largas tardes en casa huyendo de ese frío polar que todo lo puede con sus temperaturas que rayan, en la mayoría de ocasiones, en la insolencia.
Visité varias ciudades, pero hoy sólo les hablaré de un par de ellas. Una de las que más me impresionó por su belleza, fue sin duda Estocolmo. Su conglomerado de pequeños islotes, unidos entre ellos por una infinidad de puentes, le dan a la ciudad un cierto aire de hermanamiento con el mar. Su casco viejo, el Gamla Stan, mezcla la belleza de sus antiguas casas con la majestuosidad de su Palacio Real. Allí, si coincides en el horario, te puedes ver sorprendido por unos soldados con uniformes centenarios que pasan en formación por tu lado a la espera de realizar el típico relevo de guardia. Sí, el casco viejo de esta ciudad te sorprende a cada paso, mientras que sus innumerables canales te trasladan a infinidad de bosques dentro de la ciudad, demostrando una vez más el amor que estos pueblos sienten por la naturaleza y el mar.
Pero no sólo Estocolmo me mostró sus encantos, pues también Copenhague lo hizo. Se dice de los daneses que son los latinos del norte, y la verdad es que así me lo pareció al visitar su capital. Quizá fue sólo una impresión, pero pude observar cómo en ella hay más vida en la calle que en el resto de ciudades de esta zona. Su antiguo puerto, El Nyhavn, es un hervidero de juventud al caer la tarde durante el período estival. Sus calles peatonales están repletas de gente, y el aspecto de las mismas y de sus casas se asemeja, salvando las distancias, a las de cualquier calle de Ámsterdam. La ciudad rebosa vida, y la mirada de sus gentes te contagia ese bienestar y seguridad que produce una sociedad sana en sus habitantes.
Como más o menos mucha gente ya sabe, estos países están organizados en sociedades solidarias en donde todo el mundo ha de colaborar según sus posibilidades. Pondré un simple ejemplo: según me indicaron, aparte de que el Estado se preocupa en facilitarte el alquiler de una vivienda, cada inquilino paga la renta acorde a sus posibilidades económicas, con lo cual es el Estado el que, en caso de tener un sueldo bajo, te ayuda para conseguir pagar dicho alquiler. Lógicamente, si tu vecino tiene mucho más poder económico, no recibirá ninguna subvención por parte de éste. Esto sólo es un ejemplo, pero diré que es también el Estado el que ayuda a los jóvenes a que se independicen mientras están cursando sus estudios universitarios. Las madres tienen casi un año de permiso con sueldo al nacer sus hijos, y una vez pasado este tiempo, son ellas las que deciden si prefieren seguir educando a sus hijos un par de años más, a cambio de una lógica reducción de su salario. En todo caso, siempre tienen la elección de unas magníficas guarderías subvencionadas por el Estado.
De todas formas, y a pesar de lo dicho, podría seguir enumerando un sinfín de ventajas que ofrece este Estado del Bienestar al que, según parece, ahora hay algunos que tratan de poner en entredicho, sin duda, en pos de instaurar en la sociedad actual ese neoliberalismo económico que tantos beneficios genera a los de siempre, es decir, a los más pudientes o, lo que podría ser lo mismo, a algunos de aquellos que en definitiva originaron esta reciente crisis financiera y que, paradójicamente, ahora en vez de hacerles pagar sus errores resulta que nos quieren hacer creer que todos los males provienen de todo lo público (precisamente “eso público” que les ha salvado el pellejo a unos cuantos). En fin, ver para creer.
Víctor J. Maicas
*escritor
Desde Castellón, España.
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