DERECHO A EQUIVOCARNOS
«En mi opinión, el más inteligente es aquel que se llama a sí mismo “tonto”, aunque sólo sea una vez al mes». Esta frase, escrita por Fiodor Dostoievski hace ya cerca de siglo y medio (aparece en su relato Bobok, por si le interesa a alguien) me viene con cierta frecuencia a la cabeza.
Claro que yo voy un poco más lejos y, directamente, no me fio de nadie que no reconozca hacer, al menos, una tontería a la semana. Quienes me conozcan un poco tal vez dirán que escribo esto para justificar ir a tontería diaria… y subiendo (no les culpo). Y quienes me conozcan un poco más quizá me manden algún correo rogándome que deje de leer autores muertos y salga a que me dé un poco el aire.
Me temo que a ninguno de ellos les faltaría razón.
En cualquier caso parece que hoy en día es casi inconcebible que alguien lleve a cabo ciertos ejercicios de autocrítica. Aunque no seamos más que «bípedos implumes» (Platón) o simples «virus con zapatos» (Bill Hicks), los humanos hemos desarrollado (a la par que pulgares prensiles, la capacidad de pensamiento abstracto y un oído interno tan sofisticado que sólo escucha lo que quiere), un ego desproporcionado para unos seres que no hace tanto eran incapaces de incorporarse sobre sus cuartos traseros.
El problema es que por mucho que tratemos de ignorar o justificar nuestras tonterías ocasionales, más o menos periódicas, éstas no pasarán desapercibidas a los ojos de los demás. Y, salvo que se trate de buenos amigos, difícilmente nos hablarán de ello porque quien ignora que ha cometido un error lo volverá a cometer. Táchenme de misántropo, pero creo que se sorprenderían de cuanta gente se regocija cada vez que los ve tropezar; por no mencionar a los que lo esperan con impaciencia para sacar tajada.
Y no hablo ya (que también) de tonterías tan repetidas por todos y todas que casi se han convertido en un cliché, como volver con una antigua pareja o beber de más en una cena de empresa, no; hablo de algo bien distinto, hablo de una de las mayores y más recurrentes tonterías, hablo de permanecer callados.
Interprétenlo como quieran: desde no confesar a alguien hacia quien nos sentimos atraídos cuáles son nuestros sentimientos, hasta mantener la boca cerrada ante agresiones a terceros cometidas delante de nuestras propias narices, pasando por no admitir que ese molesto y sospechoso olor en el ascensor es culpa nuestra, o ……… (en fin, rellenen ustedes la línea de puntos).
Siendo el “quien tiene boca se equivoca” algo cierto, creo que lejos de asimilarlo correctamente, lo hemos llevado demasiado lejos.
¿Quien tiene boca se equivoca? Bien, ¿y cuál es el problema? Tenemos derecho a equivocarnos; dejemos el “derecho a permanecer en silencio” para cuando nos esposen y permitámonos correr el riesgo de meter la pata de vez en cuando. Claro que ciertos errores serían más llevaderos y más fácilmente corregibles si los reconociéramos y nos llamáramos a nosotros mismos “tontos”, al menos una vez al mes.
Podríamos empezar por ahí.
Víctor Marchán.
Desde Madrid, España.
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