miércoles, 17 de agosto de 2011

Marisa Pascual. Poesía



HAMBRE

Hijo mío...
tu llanto se me clava en mis entrañas,
me envenena sin quererlo,
me convierte en tu guadaña.

¡Hijo!,
¿qué no haría yo por ti
sino colmarte de los dones y los bienes
de esta tierra de dos mundos
que a mordiscos y con saña
nos arranca lo más digno
nos destina por capricho
a subsistir de la nada?

Hijo mío...
¡qué desgarro de mi alma!,
¡qué lóbrego mi cielo!,
cuando observo con lamento
esos ojos apagados,
encharcados,
asustados,
los ojos de quien no comprende
el infierno que padece,
los espejos que reflejan
el olvido de la gente,
el mar embravecido
peligroso por su brío,
el aire huracanado
imposible de surcar.

¡Hijo mío!...
tu cuerpo consumido
me anuncia que la tierra
te reclama
por venganza,
por olvido,
por desprecio,
empujándote al vacío
al antojo de cobardes
con escudos de titanes
jugando sucio al libre albedrío.

¡Reclamo el derecho
como persona que soy
para proveer a mi niño
del sustento y del cobijo,
de la vida que se escapa
por los poros de su piel,
por su boca agonizante,
por su corazón hecho hiel!...

¿Qué más tengo ya que ver?

Y aquel hombre de esa tribu...
y esas palabras que transmite...
y aquel Dios del que habla...
y ese otro reino que predice...

Invoco a ese Dios,
¡suplico su poder!,
reclamo que nos traiga
ese reino del que habla

Imploro a ese Dios
el pan de ese otro mundo,
el agua de su lluvia,
el calor de sus abrigos,
el techo que les cubre.

¿No es bondad la que predicas
cuando por ti hablan
bocas de palabras
llenas de promesas y esperanza?

¿No es justicia la que
obligas a esperar
de los que por ti suspiran,
de los que por ti anhelan
formar parte de tu vida?

¿Cómo ha de ser mi aflicción
para que tú ¡Oh Dios!
extiendas tu mano
y me des esto que te imploro
con empeño y con desgarro?

¿Cómo ha de ser mi llanto,
cómo mi pena
para que me liberes la condena
y le hagas meritorio
de tu tierra?

¡No cierres los ojos!
¡No te hagas el sordo!...

Si el cielo se estremece
y la muerte le torea,
si la tierra implora por su vida,
si el aire le acaricia,
si el sol le templa
y la luna le susurra,
si su madre muere por la pena,
si la tierra ruega por la dicha
de ver cómo mi niño
rebosa de vida...
¿qué no harías tú, oh Dios
al ver que mi ángel
extiende sus alas para borrarse?

¡No permitas que se vaya!
haz al menos un milagro
¡llénale de vida!,
¡sóplale tu viento!,
¡pliégale sus alas!,
¡dale algún aliento!.

¡Oh madre tierra!
me consumo de tristeza...
si el gran Padre no me escucha,
si su aliento me destierra,
¡atrápame también a mí!,
¡riégame mis alas!,
y juntos, mi hijo y yo,
seremos tus semillas.

Y dejándome morir,
muero en compañía,
indignada y abatida,
resignada y compungida,
abandonada a la deriva
por un Padre que no escucha
los clamores de su hija.

¡Maldito hombre de esa tribu
cargado de mentiras!
¡malditas palabras de esperanza
labradoras de venganza!
¡maldita la ignorancia temeraria
que pinta de abundancia
la ruina de mi vida!


Marisa Pascual Montero
Desde Madrid, España







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